De suma importancia estratégica, quien la controle tendrá ventaja en las negociaciones largamente esperadas para la firma de la paz que se desarrollan en Addis Abeba.
Tres semanas de guerra civil. Tres veces ha cambiado de manos, al menos, la ciudad de Bor.
Las tropas gubernamentales se muestran optimistas, ellos están avanzando y empiezan a estrechar el cerco sobre los rebeldes atrincherados allá. Disponen de fuerza aérea, lo cual constituye una gran ventaja sobre unos insurrectos que dependen de vehículos robados para desplazarse. El sentir de los mandos sur-sudaneses es que todo marcha muy bien; hay muchos muertos sí, pero se avanza.
…
4 de enero. Parte desde la ciudad de Juba. Aris Roussinos tiene pelo corto, barba de varios días y cejas pobladas. Lleva una camiseta marrón oscura con la manga corta y el pantalón que le viste es largo, de color ocre y con múltiples bolsillos. Conduce primero por carreteras asfaltadas que deja pronto para tomar caminos de tierra en los que la rueda delantera izquierda de su todoterreno cede, quizás es un gesto de renuncia, temerosa del peligro que se le aproxima.
Peter Gatwiech Gai es General de Brigada del SPLA y viste el uniforme de rango. Es tan alto como Aris, pero su vientre está más desarrollado. La calvicie es incipiente. Le comenta al periodista (Aris es periodista) que es positivo que la avería le haya sobrevenido en esa zona, de haber seguido avanzando podría haber sido muy problemático.
Ambos se suben, junto a otros militares y el compañero de Aris que filma, al todoterreno del general, el cual ocupa la posición central de una pequeña escolta. Es un 4×4 color verde; de color gris claro es el que queda temporalmente inutilizado en la cuneta. En los asientos traseros comienza la conversación. Roussinos pregunta, el alto mando responde. En el inicio, el general quita legitimidad a la lucha de los rebeldes, aduciendo que ellos han liberado el país. A continuación, comienza a restar importancia al movimiento contra el que guerrean y afirma que no están organizados, que no tienen bases y que son pocos, aunque reconoce que algunos de los suyos han desertado y se les han unido; sin embargo, se muestra seguro de que se arrepentirán de tal decisión.
El convoy llega a las cercanías de Mongalla, lugar en el que el SPLA tiene una de sus bases. Es un bastión situado a 80 kilómetros de la capital, que según el rumor había sido capturada por los rebeldes. El caminar de los soldados por la misma es incesante, al tiempo, muestran sus armas a la cámara. Avanzan, el pick-up que precede al del reportero ha topado con un bache y caído a una zanja, hay varios heridos. Los suben a otro vehículo. Avanzan. Muchos de los soldados que se agolpan en los vehículos son adolescentes, adolescentes armados hasta los dientes. Los rostros reflejan tristeza y miedo, solamente el jugueteo con el arma les distrae de los negros pensamientos que pueblan sus mentes.
Dejan atrás aldeas apenas controladas por chicos que visten camiseta y pantalón de equipos de fútbol europeo y portan ametralladoras, los pies de muchos quedan descalzos. El convoy sigue su recorrido y el general comienza a estar más inquieto, mucho más inquieto. Gatwiech Gai muestra recelos sobre el enemigo, revela desconocimiento. Alguna parada más, agua embotellada y vuelta a la ruta.
Cae la noche y la comitiva se detiene nuevamente, nueve kilómetros al sur de la línea del frente. Aris baja y algún soldado, que porta gafas de sol, lo saluda efusivamente, estrecha su mano y pregunta como está, a la vez que dibuja una sonrisa que cubre su rostro. El ambiente es distendido en el emplazamiento; allá se conversa, allá se fuma. Ellos parecen amigos de toda la vida –dice Aris-. Se cuenta que todos los rebeldes han huido ya de Bor, que está desierta. Mañana podrán comprobarlo.
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Es día 5, madrugada. Aris se muestra visiblemente cansado, extenuado. Vuelve al todoterreno. Sale del todoterreno. Pregunta si van a continuar juntos hasta Bor y un soldado responde afirmativamente; Aris tiene vía libre para cubrir la totalidad del movimiento, un mando medio reafirma esto.
Primera luz del alba. Cantan. Las ametralladoras apuntan hacia el cielo, el sol rompe la línea del horizonte y algún pájaro emprende el vuelo. Desde un vehículo, un joven que lo conduce hace el signo de la victoria. Sin dejar de cantar, suben a los automóviles con celeridad y entusiasmo. Algunos hacen jogging, acompañados de la bandera que defienden y las ametralladoras de rigor. Cantan. Forman filas. Rompen filas. Se sienten un ejército profesional. Son una milicia tribal. Cantan.
El cortejo retoma la senda. Algún nuevo alto en el camino para iniciar de nuevo la marcha. Los últimos alistados aprenden a manejar sus fusiles. En la trasera de una de las camionetas, Aris está sentado. Viste la misma ropa de ayer, pero ha incorporado un chaleco antibalas con el rótulo de prensa centrado. Aris es periodista, Aris no porta armas, Aris va a la batalla. Y también el cámara.
A los lados del camino de tierra hay poblados; son aldeas humeantes, o lo fueron y hoy sólo son ruinas. En los márgenes del camino de tierra hay hombres, esos hombres están muertos. Uno de los militares que se sientan junto al reportero le cuenta que se debe a un ataque reciente, del día 3. Aris Roussinos pregunta si ellos piensan que han huido todos los rebeldes de Bor.
Ellos no han huido, ellos están ahí –contestan-. Y vuelven la cabeza hacia Aris.
Quieren hacer allí una base –adicionan-.
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Es domingo, pero es igual. El sol abrasa. Se oyen tiros a la derecha. Algún carro de combate estacionado en el margen de la vía. Ráfagas de disparos. Aris, quien porta una cámara, corre y se refugia tras uno de los vehículos, queda en cuclillas. Caen tropas gubernamentales. Se vuelve al trayecto, a la diestra queda un emplazamiento asolado. Y se viene una nueva emboscada (la tercera).
Suburbio de Bor, cerca de la ribera del Nilo: el combate ha comenzado. Fuego cruzado de fusiles, las tropas gubernamentales emplean sus lanzacohetes contra unos pocos rebeldes que se encuentran a solo unos metros, tras los arbustos; están atrapados, los enciman. Un joven ha sido alcanzado y se busca un médico. La situación de las tropas gubernamentales es preocupante: a un lado, los rebeldes; al otro, el Nilo. La coordinación de los diferentes elementos de la comitiva ha resultado desastrosa y ahora impera el caos absoluto.
Fin de esta severa emboscada. Hay veinte muertos entre los que se incluye un general y tres de sus guardaespaldas. Los cuerpos y los heridos retornarán en barco a Juba. No hay médicos sobre el terreno, no habrá entonces que preocuparse por los heridos más graves. Un precio demasiado alto. Nuevas tropas –reforzadas- se aprestan para liderar el asalto a Bor.
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Carros de combate recorren la nueva plaza. Los oficiales al mando han establecido sus posiciones en Pariek Boma, una localización mucho más vulnerable de lo que piensan. Está muy cercana la puesta de sol; los rebeldes han irrumpido en una parte de la aldea. Todos han huido inmediatamente: los oficiales a la cabeza, los aterrorizados subalternos tras ellos.
Hay un muerto –exclama alguien-. Un soldado apunta con su arma a los integrantes del vehículo en el que se encuentra Aris con la intención de detenerlo y poder transportar a su amigo herido. Tiene un impacto de bala en el pecho. Varios militares acceden al interior del masificado pick-up que sortea baches entre el fuego cruzado.
Los soldados limpian y cocinan con tranquilidad. Todo ha quedado detenido durante unas horas. Pero las horas, unas más largas y otras más cortas, pasan. Tornan los disparos, el lanzamiento de cohetes y la ausencia de mandos genera un gran descontrol.
…
Aris vuelve a la carretera. Ha embarcado con un joven oficial. Robert es segundo teniente del SPLA y el primer sur-sudanés formado en la prestigiosa Academia de Sandhurst; un casco firmemente sujeto con la mentonera cubre su cabeza y queda fija la mirada en la carretera, como buscando anticipar cualquier contrariedad. Sus hombres han decidido abandonarlo, robando su vehículo.
Yo creo que nuestros enemigos son sólo niños armados –cuenta-. Él no ha mucho que dejó de serlo.
La manga del uniforme queda corta y muestra un reloj blanco, las manos se hallan entrelazadas. Robert está sentado frente al reportero en la trasera, las rodillas de ambos están juntas debido a la falta de espacio y los ojos del uno se alojan en los ojos del otro.
Pero parece que ellos saben lo que hacen –replica Aris-.
Sí, ellos conocen cómo combatir –asiente el joven oficial-. Ellos son muy pocos, empero saben sembrar el pánico –añade-.
¿Ellos se infiltran? –Aris ha escuchado esto varias veces y quiere confirmarlo-
Sí, es algo que los rebeldes hacen. Ya han pasado tres semanas de combates y están asustados desde que ellos han comprendido que por un disparo pueden perder a un amigo –concluye Robert-.
Aparta la vista de los ojos de Aris. El todoterreno cumple con su itinerario.
En la senda, un brigada a la fuga se une a Aris y Robert. Lo hace junto a sus hombres. Continúa la ruta hasta que el conductor del 4×4 se ve obligado a detenerse y tras intercambiar algunas palabras con un soldado apostado en la vía, el pick-up da media vuelta. A veces, en la guerra, aún se puede dar media vuelta. Son las menos, sí, y suelen ser situaciones forzadas por el otro, pero se puede dar media vuelta. No se tiene otra opción, hay que volver a Juba junto al resto del convoy. En el día anterior, se había anunciado una prórroga en la batalla y ahora el alto el fuego parece que se extiende a la par de las negociaciones que entablan sendos bandos en Addis Abeba.
Noche cerrada. La comitiva rompe con sus faros la oscuridad que les recibe al tiempo que se aleja de la zona de lucha, la velocidad con la que se transita entre el bacheado es muy alta y se trata de llegar lo antes posible. Finalmente las fuerzas se han retirado de Mongalla. Ha sido éste un mal día para la armada sur-sudanesa.
Fotografías.- The Telegraph y guardianlv.com