Alejado de Twitter, me topo en Facebook con Manuel Jabois, que dedica este texto sencillo, lindo a Pedro García Cuartango. Quienes leíamos su blog pudimos estar al tanto del minuto y resultado de su desembarco en Madrid y de su espera, nerviosa y serena, mientras el mirandés valoraba los textos que le había presentado.
En la casa de mis abuelos, allá donde yo crecí, nunca faltaron los periódicos. Atesoro el recuerdo de una rutina que consistía en detenerme al final de la lectura en el organigrama de cada diario, comenzaba desde abajo e iba subiendo hasta llegar a la que, por lo que podía extrapolar del colegio, era la persona más importante: el Director. Desde su sillón, a veces silla, mi abuelo siempre me advertía, enérgico y tierno, de que no le desbaratase el periódico; les doy mi palabra de que lo intentaba, aunque parece que sin mucho éxito porque Joaquín dictó que sólo podría leer ABC -bendita grapa- hasta que él acabase con el resto. Día tras día, abría por el final, leía un poco y luego me dirigía al organigrama, como si esta fuese la actividad principal y aquella la subsidiaria. De abajo hacia arriba hasta la palabra que buscaba: ‘Director: José Antonio Zarzalejos’. Lo hacía despacio, varias veces, como si de un ritual inveterado se tratase, pero siempre absorto, manque mi abuelo dejase sobre la mesa algún otro diario con el que seguir. Un día, el organigrama cambió: ‘Director: Ignacio Camacho’, y una modificación tan simple a mí me supuso un vuelco inmenso; como tantas veces me ha pasado en la vida, cuando a regañadientes he terminado por acostumbrarme, todo retorna al punto de partida: ‘Director: José Antonio Zarzalejos’.
Ignoro cuándo dejé de transitar organigramas, lo que sé seguro es que José Antonio Zarzalejos continuaba siendo director de ABC. Muchos años después, pude saber por qué aquel Ignacio Camacho había estado tan poco tiempo al frente de la que hoy es mi primera lectura de cada mañana: «No era un puesto para él, para estar ahí se necesita un cierto desapego del que Ignacio adolece», me dijeron. Ignacio, a la manera de Nicolás Salmerón, -hombres cultos, hombres buenos- se había negado a seguir ante el encargo de un recorte presupuestario -no recuerdo si salarial o de personal- que le habían solicitado apenas unos meses después de que le pidiesen dirigir ABC, de la manera en la que se confía al padre la reconducción del hijo.
En la mañana de ayer, Unidad Editorial destituyó a Pedro García Cuartango de su cargo de Director de El Mundo. No soy lector de este periódico desde hace un par de años, pero sí soy lector, ávido y fiel, de Cuartango. Aún quedan en mí muchas cosas de aquel niño que desbarataba periódicos, quizá demasiadas, y una de ellas es detestar que aquello que a mí me gusta también le guste a otros. Odio compartir querencias. Leído parece estúpido y, de hecho, creo que lo es, pero me pasa así y no lo puedo ni quiero alterar. Desdeño en público y admiro en privado las pasiones que me colman y que hago permanecer ocultas para el resto del mundo: sólo las libero cuando veo cerca su final. Todas las mañanas -noches cuando sucumbí a Orbyt- busco el artículo de Cuartango y experimento una conexión distinta a la que experimento con el resto; si con Arcadi aprendí a leer, con Pedro aprendí algo diferente y nunca menor.
La columna del mirandés es el penúltimo reducto filosófico -ahí está Albiac- en una gran cabecera y sus asiduas citas a Hegel han acabado siendo para mí una suerte de juego matinal en el que unas veces me sorprendo vocalizando un «qué bien traído» y otras balanceo la cabeza mientras murmuro un «eso no es así». No ha habido nadie que haya sabido captar la complejidad del mundo tal y como lo hizo Hegel y no hay una pluma en la prensa española que posea la profundidad que tiene la de Cuartango.
La filosofía, pero también los lugares y de todos los lugares, ella: Baiona. Su Baiona. La visité hace ya trece veranos, en el viaje de estudios del colegio -Santa Fe está hermanada, juntas descubrieron América- y traje conmigo dos camisetas y un retal: la primera me la entregaron tras jugar un partido de fútbol en el que nos dieron una paliza; la segunda tras saludar al alcalde, quien nos adormitó con su charla y acento; el retal, después de subir a la Virgen de la Roca, donde besé a Andrea, la mirada más azul que haya enfrentado, y que me lo dio para que la recordase. Desgraciadamente, sólo conservo las dos primeras. Aquel día en Baiona no lo olvidaré nunca, volver a revivirlo cada vez que Cuartango la cita jamás lo podré agradecer del todo.
Mi admiración por Pedro se resume en que mi aspiración en la vida es ser lo que él es: un hombre culto y bueno. Sólo espero que dentro de unos años, cuando a mí también me echen de algún sitio, de alguno al que aún no he llegado o de alguno del que ya hoy me estoy yendo, alguien pueda pensarlo.
Nos queda Innisfree.
»Como tantas veces me ha pasado en la vida, cuando a regañadientes he terminado por acostumbrarme, todo retorna al punto de partida.»
Gracias, amigo
que odies compartir querencias es compatible con tu defensa de una política del común?