Querido Juan:
He estado leyendo durante esta última semana a la poetisa Luna Miguel. Recuerdo una entrevista en Jot Down en la que se le interrogaba sobre si nunca había tenido la tentación de guardar sus textos en un cajón y esperar a cierta madurez. Tú, que eres de la edad de Luna, ya vas a publicar tu primer libro: una obra que aúna ilusión, trabajo y amor primerizo. Espero que en las seguras entrevistas que tendrás que realizar nadie te formule tal cuestión; y si lo hicieren, permíteme recordarte lo que Magnus Carlsen respondió a Leontxo García tras proclamarse campeón del mundo de ajedrez: la experiencia está sobrevalorada.
Cuenta David Gistau, al que con 43 tacos largos todavía se le considera joven columnista, invitándosele a congresos en calidad de tal (en el programa de Herrera, Leguina se tomó la licencia de referirse a él hace unos meses como «este chico») que, llegada la vejez, lo que se termina añorando es a uno mismo cuando estaba pletórico y ni siquiera lo sabía.
Echo la vista atrás –ejercicio estulto y nada saludable- y creo que, en líneas generales, los barcelonistas éramos conscientes de que los años de Guardiola serían irrepetibles, inigualables, únicos. Lastimosamente tuvimos la mala suerte de que la excepción que confirmaba la regla la constituía la directiva. Esa mira tan corta y tan cegada por la absurda soberbia nos puso al borde del precipicio.
Sin embargo, hay algo que hace a este Barcelona detentar un electrizante peligro que atrapa, y es ese funambulismo que traza entre la acuciante nostalgia y el incierto futuro. En las transiciones -leo estos días- se tiene el inconveniente del caos, mas se cuenta con una ingente ventaja: la libertad.
Queda todavía, Juan, la vuelta en el Calderón.