Así se ha referido Daniel Bernabé (1980) a algunas de las personas más críticas con su último libro ‘La trampa de la diversidad’, que he podido leer este fin de semana y que, en palabras de Fernando Broncano, similares pero mejores que las que yo podría emplear está “escrito en el estilo periodístico que se está imponiendo en el ensayo, al que sobran anécdotas y faltan argumentos, que necesita definir contra qué está hablando sin construir un adversario nebuloso elaborado a su medida y, quizás, proponer qué sería reasumir la diversidad en una identidad de clase (Lukács ya se planteó ese problema sin resolverlo)”.
El subtítulo del libro ‘Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora’ recoge la tesis de Bernabé: la existencia de una pérdida de sentido de la conciencia obrera y la dilución del conflicto de clase en una amalgama inconsistente de identidades que resultan abigarradas y abotargantes para la configuración de los procesos de subjetivación. La percepción no es original y el problema ya ha sido advertido desde éste u otros enfoques.
Pero ¿es indebatible, como consideran Bernabé y otros intelectuales que lo reseñan, que el conflicto fundamental en el mundo es el conflicto de clase (cuya identidad, por cierto, se construye a nivel histórico mediante prácticas inclusivas de la variedad)? ¿Por qué da la izquierda esto por supuesto? ¿Por qué no lo es el conflicto de género? En España, de acuerdo con el último barómetro del CIS, feminista es la categoría ideológica preferida para un quinto de los encuestados entre 18 y 24 años, sólo por detrás de liberal, aunque también es cierto que la identificación es notoriamente inferior al incrementarse la edad de los encuestados. En este sentido, la movilización por la obtención de unas pensiones dignas puede ser calificada como masiva y continua, pero los jóvenes no se manifiestan por esa misma dignidad en sus condiciones de trabajo; en cambio, la edad media de los asistentes a las históricas movilizaciones del 8M fue muy baja. En cuanto al reciente cambio de gobierno en nuestro país, si lo podemos categorizar de algún modo es como feminista, por delante de términos como progresista o socialista/socialdemócrata.
Este cambio de pregunta, o más bien de respuesta, no se circunscribe al ámbito nacional, sino que podemos trazar un breve recorrido histórico para evidenciarlo. Al otro lado del Atlántico, las jóvenes feministas, que se decantaron por Bernie Sanders y no por Hillary Clinton en las primarias del Partido Demócrata, jugaron un rol fundamental a la hora de definir los temas y el peso de éstos en la campaña; además, la reciente victoria de Alexandria Ocasio-Cortez supone un signo evidente de que esos temas que delimitan las preferencias del votante han cambiado y quizá sea eso lo que tanto molesta a ciertos intelectuales. En Chile, el eje discursivo de PS o PCCh ha virado recientemente desde un cleavage de clase a uno de género; el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, ha ofrecido en Davos el que, a mi juicio, es el discurso feminista más importante que haya dado nunca un líder internacional. De vuelta a Europa, cabe citar que la reacción a los gobiernos autoritarios del Este ha tenido como germen a organizaciones feministas como Femen o Pussy Riot (muy criticadas, por cierto, por el neobrerismo al que se adscribe Bernabé). En nuestro entorno, hemos apreciado una creciente importancia de la cuestión de género en el discurso político en Reino Unido y Portugal; en Francia, Macron ha situado a la igualdad entre mujeres y hombres como la gran cuestión de su mandato. Aunque es mucho más habitual acudir al caso de Estados Unidos con los movimientos Occupy y su lema Somos el 99%, a mí el caso de Francia me parece particularmente interesante, dado que movimientos como No toques con sus sucesivas oleadas han sido impulsados desde el feminismo estudiantil. En perspectiva comparada, creo que uno de los factores del éxito de las protestas contra las políticas de liberalización económica surgidas a raíz de la Gran Depresión de 2008-2013 es precisamente el apoyo a las mismas de toda una serie de colectivos (feministas, activistas LGTBI, ecologistas…) -sujetos políticos construidos a través de trayectorias políticas divergentes ahora puestos al servicio de un conflicto común (hibridación) y aun así tan denostados por los neobreristas- frente al discurso exclusivamente de clase que tuvieron en España. ¿El resultado? Una movilización mucho mayor en número y compromiso.
En The once and future liberal, Mark Lilla cita dos razones de lo que él describe como una inversión argumental de los debates en la esfera pública: “La primera es que no hay una ideología coherente y englobadora a la que la gente joven pueda adscribirse o a través de la cual puedan hacer política. La otra es que el giro hacia el yo personal está muy extendido en nuestra cultura, de forma que el principal camino por el que los jóvenes se acercan a la vida política es el de la expresión de su identidad personal y no el de una visión de la historia”. Quizá sea yo, pero no veo oportunidad más clara para conciliar la expresión de la vida personal con una ideología integradora que el feminismo, tan solo hay que apartar la polla.
gracias aruizcapilla, con gusto.http://boxermath.com/
Buenísimo. Cuáles son los intelectuales que lo reseñan?
Me refería a los textos de Esteban Hernández, Víctor Lenore y Juan Soto Ivars. Estoy con el móvil y me resulta algo difícil enlazarlas, pero en unos minutos enciendo el ordenador y se las envío al correo que ha proporcionado.
Me dejó pensando el texto. Tengo una pregunta: cómo se articularía una lucha contra tantos conflictos diversos?
Desde la teoría queer se ha propuesto un escape a esta suerte de ligaduras que consiste en desguazar las identidades para así emprender una lucha continua contra todos los modos de opresión.
hola A.! sabes la cuenta de twitter de la chica de tu avatar? a ver si escribes más posts
Sí, es @camila_vallejo. También te recomiendo a @KarolCariola
La Botín se dice feminista, el Torra catalanista tapando la corrupción de su burguesía. Los discursos fragmentarios, señuelos para perpetuar el neoliberalismo. La mejor opción integradora y transformadora es una sociedad neoecologista. Y además imprescindible para subsistir en el planeta.